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Conferencia: Comuicación y Espiritualidad
Comunciación y Espiritualidad Quisiera comenzar esta ponencia sobre Comunicación y Espiritualidad con un
recuerdo personal. Los salvadoreños a quienes más he admirado y querido, amigos
y compañeros como Monseñor Romero e Ignacio Ellacuría, fueron ambos grandes comunicadores
y a la vez hombres de espíritu (en caso de la fe cristiana).
Ambas cosas se reclamaban la una a la otra y las hicieron convergir de manera
específica como "comunicación con espíritu". El resultado fue que en el país se
dió un momento inusitado de comunicación, no superado hasta el día de hoy, y así,
las homilías de Monseñor, y algo parecido hay que decir de las apariciones de
Ignacio Ellacuría en televisión en sus últimos años, tenían en vilo al país. Y
si nos preguntamos por qué?, la respuesta es sencilla: su palabra estaba llena
de espíritu. Más allá de las posibilidades tecnológicas de los medios que usaban,
más allá, incluso, de la mínima libertad de que gozaban, su palabra, poseída de
espíritu salvadoreño y cristiano, les hizo comunicadores inigualables, no por
intereses personales (legítimos y tantas veces espúreos).
Por decirlo desde el principio, en un mundo de mentira y de muerte, Monseñor
Romero y el Padre Ellacuría comunicaron vida y verdad al pueblo salvadoreño, y
todo lo que comunicaron lo hicieron con espíritu de vida y de verdad, sin segundas
intenciones, sin mirar por sus propios intererses o los de su institución. Esto
les costó persecuciones en vida y los medios de comunicación de los que hacían
uso, la YSAX, emisora del arzobispado y la imprenta de la UCA, fueron dinamitadas
varias veces. Al final ambos "comunicadores" fueron asesinados, pues, como dice
la teología de Juan, el Maligno es asesino y mentiroso, con lo cual mostraron
también espíritu de fortaleza y fidelidad, de total honradez y compromiso, sin
dar marcha atrás.
He comenzado con estos recuerdos personales para enmarcar mi ponencia en la
realidad y no trivializar la expresión "espiritualidad". Esta puede pensarse como
contenidos espirituales de la realidad pero más de fondo como el espíritu con
que se comunica toda espiritualidad. Y eso es lo que mostraron Monseñor Romero,
Ignacio Ellacuría y muchos otros en el país; fueron "comunicadores con espíritu".
A continuación vamos a analizar, en lo fundamental, el espíritu específico
del que debe estar transida la comunicación. Procederemos en forma de breves proposiciones.
1. La opción fundamental: espíritu de verdad o de encubrimiento.
Primera proposición Toda actividad humana es llevada a cabo con un determinado
espíritu. En el caso de la comunicación se trata del espíritu de verdad, a la
cual hay que liberar, pues está oprimida. La opción fundamental es entre verdad
y encubrimiento.
La necesidad de espíritu. En todo lo que hacemos los seres humanos necesitamos
un saber que nos guíe, una voluntad que ponga en marcha y mantenga nuestra actividad
y una conciencia ética que la ponga al servicio del bien. Además, el ser humano
puede elegir derechos que garanticen su ser y hacer (celebramos el L Aniversario
de la Declaración Universal de Derechos Humanos). En el caso de la comunicación,
esos derechos son los de libertad de expresión, de información, de libre asociación.....
Lo que acabamos de decir es evidente y, sin embargo, sólo con ello está garantizada
una comunicación adecuada desde un punto de vista humano, ético y cristiano, pues
incluso los derechos pueden ser usados de forma que no favorezca la comunicación
adecuada, sino que la desvirtúe y degenere. Y es que el ser y hacer humanos necesitan
también "espíritu"; es decir, una fuerza que configure lo que somos y hacemos.
En ese sentido fundamental todos somos necesariamente espirituales. Lo sepamos
o no, todos los seres humanos enfrentamos la realidad de una determinada manera
e introducimos un determinado espíritu en nuestras actividades. Así actuamos con
egoísmo o con generosidad, con esperanza o con resignación, con gozo o con tristeza...
(el creyente puede relacionarse con Dios con confianza o con temor...). A esos
modos de actuar llamamos espíritu, que se manifiesta como fuerza para actuar de
una u otra manera.
Pues bien, la comunicación, como cualquier otra actividad humana, necesita
también un "espíritu" específico; y como su instrumento es la palabra, ese espíritu
es, ante todo, el espíritu de verdad. Sin duda, muchas otras cosas debe de tener
en cuenta la comunicación, pero sin espíritu de verdad no es posible una comunicación
humana y que esté en favor de los pobres.
Monseñor Romero, por ejemplo, no gozó de facilidades tecnológicas ni de derechos,
sino al contrario. Y sin embargo fue el comunicador que ha tenido más éxito en
el país. Recuérdese -cuantitativamente- que era "la voz de los sin voz". En él
"la realidad salvadoreña tomaba la palabra, aquella palabra limpia y pura como
el agua que baja de los montes", como dijo otro gran comunicador Rutilio Grande.
"Monseñor dijo la verdad, nos defendió a nosotros de pobres, y por eso lo mataron",
recuerda la gente hasta el día de hoy. "Dijo la verdad". Monseñor decía la verdad,
creía en la verdad, su opción de vida fue ponerse al servicio de la verdad y sólo
de la verdad, y se sintió poseído por la verdad. Ese fue el presupuesto fundamental
que le hizo comunicador, no como otros que confunden la comunicación con la capacidad
actorial de ponerse en contacto con un auditorio, muchas veces sin comunicar realidad
ni verdad, sino su contrario, veleidades y mentiras.
La pasión por la verdad de Monseñor Romero tenía dos raíces. Una específicamente
crsitiana: Dios es un Dios de la verdad, "Dios no miente", solía decir en palabras
aparentemente rutinarias pero realmente explosivas, pues con ellas -usando a Dios
como criterio inapelable- desenmascaraba la mentira de los humanos. La otra, cristiana
también y confirmada por la experiencia cotidiana, es que la verdad está a favor
de los pobres (y a veces es lo único que tienen a su favor): la verdad les saca
del anonimato al que condena la sociedad, y por ello la verdad los devuelve a
la realidad y, así, al mínimo de dignidad. La verdad les hace posible tomar conciencia
de lo que son y de lo que otros han hecho con ellos. La verdad propone los cambios
que hay que recorrer para la transformación de estructuras. La verdad les da esperanza
y ánimo para el trabajo y la lucha. La gran verdad para los pobres es que Dios
les ama. La verdad les hace descubrir, quizás por primera vez en siglos, su verdad.
La verdad oprimida que deshumaniza. ¡Hay de los que llaman día a la noche y
noche al día! (Is 5, 20), decía Isaías en el siglo VIII antes de Cristo. El problema,
pues, viene de lejos. Y Pablo nos dice -grandiosamente- que ese problema no es
coyuntural, sino que es inherente a la naturaleza humana": Comunistas y capitalistas,
civiles y eclesiásticos, todos podemos oprimir la verdad.
¿Y cómo se oprime la verdad? Comencemos con mantener la ignorancia. El ciudadano
medio de este mundo puede lamentar, sí, que las cosas no le vayan a él tan bien
como desearía, pero no parece tener conocimiento cabal de lo mal que está la totalidad
de nuestro mundo, ni parece tener interés por superar ese desconocimiento. Y no
es porque no haya datos. La ignorancia es pues pretendida y fabricada. Con mayor
presición, no se trata de ignorancia, sino de encubrimiento, que es la forma más
peligrosa que hoy toma la mentira.
Esto quiere decir que el proceso pecaminoso de nuestro mundo tiene una dinámica
precisa. Comienza con la depredación, el robo, la injusticia; de ahí se avanza,
en caso de ser necesario para poder depredar y mantener lo robado, a los asesiantos,
torturas, masacres; y para ocultar y encubrir todo ello se encubre y se miente.
Hay encubrimiento en momentos de crisis ("la democracia lucha contra el comunismo
en El Salador," "el mundo libre lucha contra los bárbaros en Irak"), y en momentos
de normalidad (" Francia 98 " o "el entierro de una celebridad" es "comunicado"
a miles de millones, como si expresase lo mejor y más humanizante de nuestro mundo).
Lo que realmente ocurre es que escándalo y encubrimiento son correlativos.
Y junto al encubrimiento burdo hay otros modos sutiles de encubrir la verdad,
lo que suele ocurrir en los medios, en discursos políticos y eclesiásticos. Se
introyecta el olvida llegó la paz en El Salvador, ¿a qué preocuparnos ya?. Se
crean eufermismos países "en vías de desarrollo", "democracias incipientes". Se
usa el chantaje decir la verdad pone en peligro la estabilidad política, los bienes
alcanzados, reales o supuestos, desmoraliza a las mayorías y puede llegar a enfervorizar
a revolucionarios potenciales. Se dan noticias concretas que llegan a desviar
el conocimiento de lo fundamental y a ocultar la realidad estructural (30 segundos
para la debacle en Sudán; centenares y miles de horas para Francia 98). Y se puede
usar hasta la libertad de expresión para minimizar o anular la verdad: aparecen
tantas y diversas interpretaciones de un mismo hecho, que éstas se balancean y
anulan eficazmente una a otra, y la realidad más honda permanece oculta.
Esto lleva a la deshumanización. "La cólera de Dios se manifiesta contra los
que oprimen la verdad con la injusticia", dice Pablo. Terrible afirmación para
todos, y, especialmente, para comunicadores: es posible (porque es real) oprimir
la verdad, y ese mal es sumamante grave. Continúa Pablo: a)Dios muestra su cólera,
b)La realidad ya no revela a Dios, c)Se entenebrece la mente y el corazón de los
seres humanos y d)éstos se pervierten en lo más íntimo suyo. Para quien no está
acostumbrado al lenguaje teológico, baste decir que oprimir la verdad lleva la
pervesión del ser humano en su entendimiento y voluntad, y lleva a la manipulción
total de la realidad.
La verdad liberada que humaniza. Si la verdad está oprimida, para que ésta
llegue a ser, hay que liberarla, lo cual sólo es posible en forma de lucha contra
la mentira. Y permítaseme recordar aquí la teología de la liberación.
Es sabido -lo lleva en su nombre- que la teología de la liberación es una teoría
cristiana para liberar a la realidad de la opresión. Esta teología ha puesto el
dedo en la llaga de la realidad al exigir la superación de la opresión de la realidad,
y por ello, he recalcado tanbién que la verdad está oprimida, que se comunica
mentira, no verdad; el énfasis en liberar le es pues, conatural.
Pues bien, por lo que toca al tema de la comunicación, esta teología propone
varias cosas. La primera es situar bien el problema, no se trata sólo ni principalmente
de pasar de la ignorancia al saber (y comunicarlo) -lo cual puede hacerse con
investigación y estudios- sino de pasar de la mentira a la verdad. En este sentido,
proponemos que la comunicación sea "comunicación de la liberación"; y eso en dos
sentidos.
En primer lugar, que la comunicación haga la opción por los pobres; que sea
en directo "voz de los sin voz" , que se convierta en infornación pública y publicitada
de los que tienen información directa de la realidad y de la noticia, porque la
sufren y padecen, pero no tienen medios para comunicarlo -así como Monseñor Romero
decidió ser la voz pastoral de un pueblo sin voz, y así como el Padre Ellacuría
quería que la universidad fuese la voz intelectual de quienes tienen la razón,
pero no pueden expresarla. Es lo más fundamental de la dimensión ética de la comunicación.
En segundo lugar, "comunicación de la liberación" significa -ya lo hemos dicho-
liberar a la misma verdad, tarea también ética pero directamente epistemológica
de la comunicación. Lo que quisiera recalcar es esta relación entre ambas tareas.
Hay estrecha relación entre la opresión de la realidad y de la verdad, escándalo
y encubrimiento son correlativos, hemos dicho. Y también entre ambas liberacione:
vida y verdad se potencian mútuamente, como veremos a continuación.
La verdad humaniza, por dolorosa que sea. La verdad sana, mientras que la mentira
enferma a las sociedades. Decía Ellacuría, con clara conciencia de proclamar algo
inaudito, que Estados Unidos está peor que América Latina, pues tienen una solución,
pero una falsa solución, mientras que América Latina sólo tiene problemas; pero
es mejor tener problemas que una falsa solución.
En lenguaje cristiano, esto es muy claro. "Hay que edificar sobre roca" (palabra
que tiene la misma raiz que los términos "Dios" y verdad) "Dichosos los limpios
de corazón", los que ven la verdad, dice una de las bienaventuranzas. "La verdad
los hará libres", dice Pablo, afirmación que no deja de ser irónica en las democracias
fanáticas predicadoras de la libertad y basadas muchas veces en la mentira. El
ejemplo de Monseñor Romero es claro: no sólo dijo la verdad, sino que estuvo poseído
por la verdad, la buscó y la proclamó hasta el final, aún a costa de su vida.
La verdad le hizo libre y le hizo también eficaz y creible para los pobres de
este mundo; y los pobres vieron en él la dinámica contraria a la de la mentira.
Digamos en conclusión que la comunicación, como toda actividad humana, está
ante dos caminos que la enrumbarán en una dirección u otra. La comunicación puede
comunicar -valga la redundancia - verdad, puede humanizar y así humanizar y defender
a las mayorías oprimidas, o puede encubrirla, puede deshumanizar y defender, así
a las mayorías opresoras. Por ello , los pobres cuentan con la verdad, y a veces
es lo único con que cuentan. Pero de ahí también que los opresores busque por
todos los medios el encubrimiento y silenciamiento de la verdad, los innumerables
mártires salvadoreños dan muestra de ello.
Decir la verdad es defensa de los pobres y por ello no hay que sorpenderse
de que los poderosos estén decididos a mantener la ignorancia, el encubrimiento
y la mentira, y a utilizar incluso la libertad de expresión -cuando ésta existe
en sus formas convencionales- más para encubrir que para revelar la verdad. La
comunicación tiene que elegir entre la verdad y la mentira (en momentos burdos)
y entre la verdad y el encubrirmiento sutil (en momentos más normales).
2.Recibir la verdad del pueblo crucificado
Segunda proposición: La comunicación debe transmitir la verdad, pero antes
debe buscarla. En la tradición cristiana salvadoreña esa verdad debe ser buscada,
ante todo, en el pueblo crucificado. De esa forma la comunicación acaece en forma
comunitaria y genera comunidad .
Esta tesis, concientemente chocante, no pretende negar, obviamente, sino que
anima a y exige el uso de los medios convencionales de búsqueda de la verdad (estudio,
investigación teórica y de campo...). Pero añade algo desde la espiritualidad.
No tiene por qué ser una verdad universal, pero sí es central en la tradición
bíblica y cristiana que el ser humano se realiza en solidaridad, llevándose mutuamente
los que son desiguales, dando y recibiendo unos a otros y unos de otros lo mejor
que cada uno tiene. Esto en sí no es nada evidente en nuestro mundo. A veces puede
haber "ayuda", pero rara vez hay "solidaridad" ¿Qué puede recibir el primer mundo
de los países africanos para llegar a ser más humanos? En lugar de fomentar la
solidaridad -y recalcamos ahora la dimensión del recibir- abunda el desconocimiento
y el desinterés, cuando no la depredación y el desprecio y la opresión de los
pueblos crucificados, lenguaje que hemos usado en la formulación de la tesis.
Comencemos con una palabra sobre esta expresión: "Pueblos crucificados". Como
nuestra realidad es escándalo se la quiere dulcificar y encubrir -en lo que participan
los medios de comunicación- y parte de ese encubrimiento se lleva a cabo a través
de lenguaje: "tercer mundo", "cuarto mundo", "el sur" ,"paises en vias de desarrollo"...
En lenguaje algo más humano "excluidos", "los que no cuentan"... Se quiere decir
que algo anda mal, pero estos lenguajes no comunican todo lo mal que anda el mundo.
Ni siquiera el lenguaje de "pobres" ni aun el de "víctimas" sacuden ya la conciencia
colectiva. De ahí que sea necesario un lenguaje que descubra y no encubra, y por
ello usamos el término "pueblo crucificado", descubierto por Ignacio Ellacuría.
¿Por qué esa metáfora?. Pueblo crucificado expresa muerte, y muerte es la realidad
a la que están sometidos los pueblos de forma lenta y cotidiana a causa de la
miseria- violencia institucionalizada- y de forma rápida y violenta a causa de
represión y guerras, más la muerte de la identidad que significa la pérdida de
culturas y religiones propias. "Pueblo crucificado" expresa muerte infligida,
no natural, muerte a la que están sometidas las mayorías y que tienen causas históricas.
Mueren por lo que otros hacen con ellas, por lo que acumulan excluyéndolas a ellas
y por lo que no hacen, pudiendo hacerlo, desentendiéndose de ellas.
Para el creyente, además, el leguaje es útil para enmarcar la realidad de este
mundo en la realidad religiosa. La catástrofe ocurre en un "mundo" que es "creacion"
de Dios; "subdesarrollo", "abusos de los derechos humanos", son "pecado" contra
Dios; "estructuras injustas" son "ídolos" opuestos al verdadero Dios. Y más allá
de la indignación, el creyente puede y debe relacionar este mundo con Dios y con
su hijo Jesús. I. Ellacuría, para expresar lo que sucesivos imperios han hecho
con el Continente Latinoamericano, usó castizo lenjuaje castellano: "le han dejado
como a un Cristo", y en lenguaje conceptual decía: "Este signo (de la presencia
de Dios en nuestro mundo) es siempre el pueblo histórico crucificado". Y antes
que ellos, había dicho Bartolomé de las Casas: "Yo dejo en las Indias a Jesucristo
nuestro Dios, azotándolo y afligiéndolo y abofeteándolo no una, sino millares
de veces, cuanto es de parte de los Españoles que asuelan y destruyen aquellas
gentes".
En la tradición bíblica a este pueblo crucificado se le llama el siervo sufriente
de Jahvé. En su origen, el siervo es elegido por Dios para "traer el derecho a
las naciones" (42, 1.4) e implantar "la justicia" (42, 6). Las mayorías acaban
como el siervo, no por lo que hacen activamente, sino simplemente por lo que son.
Son matados pasivamente pero en su misma realidad y aún antes de pronunciar palabra
son la máxima expresión de la injusticia y la máxima protesta contra ella. Son
los niños, mujeres y ancianos que mueren en masacres para que con su muerte los
pobres queden más aterrorizados e inmovilizados.
Lo dicho hasta ahora expresa el mysterium iniquitatis , y ustedes se preguntarán
qué tiene esto que ver con la comunicación. Pues bien, ese siervo expresa de la
manera más radical la verdad de la realidad y por ello ofrece luz para descubrir
la verdad, de manera en que no lo hace ninguna otra realidad. Del siervo se dice
que Dios lo ha puesto para ser "luz de las naciones" (42,6; 49,6). Monseñor Romero
lo decía con su intuición y profundidad características: "El pueblo es mi profeta".
¿Qué luz trae hoy el pueblo crucificado? Ante todo, su realidad crucificada
es lo que puede -y, a la postre, lo único que puede- desenmascarar la mentira
con que se encubre la realidad de este mundo y muestra así la verdad. Ante el
pueblo crucificado los otros mundos pueden conocer su verdad por lo que producen.
Usando la metáfora tomada de la medicina, decía Ellacuría que se conoce el estado
de salud del primer mundo a partir del "coproanálisis", y lo que éste muestra
es la realidad de pueblos crucificados. Pero el pueblo crucificado ofrece también
luz para desenmascarar que la solución que hoy se ofrece es mala táctica y éticamente
porque es irreal, ya que no es universalizable y porque es deshumanizante para
todos, para el primer y para el tercer mundo. Y de positiva luz para apuntar a
la utopía, que es hoy más necesaria que nunca para aquellos que no dan la vida
por supuesto, pues para quienes la dan por supuesto la utopía parece ser quimera
y veleidad. Esa utopía es la vida justa y digna de los pobres, configurada por
"la civilización de la pobreza" , por "la civilización del trabajo".
¿Quién es hoy este siervo elegido por Dios, el que da luz donde ver la verdad,
la realidad más real de nuestro mundo? Esta pregunta debiera ser central en universidades,
Iglesias e instituciones de comunicación. No es fácil determinarlo con precisión,
pero digamos que "el primer mundo no está en esta línea y sí lo está el tercer
mundo; no lo están las clases ricas y opresoras, y sí lo están las clases oprimidas;
no lo están quienes están al servicio de la opresión, por mucho que sufran en
este servicio, y sí lo están los que luchan por la justicia y la liberación".
Quienes hoy traen una luz, un principio de luz y de verdad a este mundo, son los
pueblos pobres crucificados.
Una "comunicación de la liberación" -como cualquier otra praxis que llevamos
a cabo los seres humanos- tiene que preguntarse qué ha hecho, qué hace y qué va
a hacer ante esos pueblos crucificados. Y la respuesta sólo puede ser "bajarlos
de la cruz"; pero también tiene que mirar a esos pueblos crucificados para obtener
de ellos "luz" y "verdad".
Muchas otras cosas pudieran decirse de la espiritualidad de la comunicación.
Nos hemos concentrado en analizar la necesidad del "espíritu de verdad", en qué
consiste, dónde está su fuente. Indudablemente, la finalidad última es la de liberar
a la realidad de su miseria, propiciar misericordia, justicia, amor. Eso hay que
hacerlo para defender a los pobres de este mundo, a los que no son los dueños
de los medios de comunicación, y de ahí lo difícil de la tarea, pero también el
ánimo a poner manos a la obra.
En América Latina muchos hombres y mujeres han dicho mucha verdad y han expresado
mucho amor a través de la palabra. Al pensar espiritualidad, la comunicación no
empieza, pues, de cero, sino de una pléyade de testigos. Estos hombres y mujeres
nos dan luz y ánimo sobre lo que hay que hacer en la comunicación, y a muchos
podríamos citar para terminar. Ya que estamos en El Salvador, permítanme hacerlo
recordando a Monseñor Romero.
Monseñor Romero animaba y agradecía a todos los que trabajan con "la palabra",
periodístas intelectuales, sacerdotes, que buscaban y decían la verdad. En su
tiempo defendió también la libertad de palabra de los medios de comunicación,
iglesias, universidades. No tengo ninguna duda de que hoy nos animaría a defender
los derechos de los comunicadores y propiciaría unos medios de comunicación paricipativos
y populares. Pero, más primigeniamente -creo yo-, nos animaría a poner la palabra,
la comunicación, al servicio de la verdad, porque la verdad está en favor de la
vida, y la vida es la utopía de los pobres. En él y en otros hombres y mujeres
como él , vemos el paradigma de una "comunicación de la liberación". Y que estas
palabras suyas nos otorguen luz y ánimo:
Estas homilías quieren ser la voz de este pueblo. Quieren ser la voz de los
que no tienen voz. Y por eso, sin duda, caen mal a aquellos que tienen demasiada
voz. Esta pobre voz encontrará eco en aquellos que amen la verdad y amen de verdad
a nuestro... querido pueblo".
JON SOBRINO |