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Sociedad y Comunicación Debo empezar señalando, y esto es algo que todo el mundo lo sabe, por lo que no estoy haciendo descubrimiento alguno, que la comunicación cumple un papel fundamental dentro de una sociedad y que es el resultado de la evolución y la transformación históricas de las relaciones sociales.
Desde que hombres y mujeres iniciaron ese lento recorrido por la vida, desde la forma más primigenia que conocemos, la comunicación no sólo ha sido una necesidad, sino que ha sido también manifestación de los diferentes estadios de desarrollo humano.
Poco a poco, esos nuevos estadios de desarrollo han reclamado nuevas normas de convivencia. A cada uno de ellos ha correspondido un ordenamiento jurídico - político que es expresión de las relaciones sociales que le son características y que a la vez regula. Hemos visto surgir el derecho internacional que regula las relaciones entre naciones, Estados y pueblos, y la doctrina de los derechos humanos, individuales y colectivos, cuyo fin primordial es garantizar el desarrollo integral en condiciones de libertad e igualdad de los miembros de una sociedad.
Sin embargo, ha sido una constante el irrespeto a los derechos humanos; las constantes violaciones a los más elementales derechos de personas y pueblos. Por eso, la lucha por su vigencia y respeto ha marcado una de las tantas diferencias entre los partidarios del progreso y del retroceso, de la democracia y del totalitarismo, de la independencia y la dependencia, de la libertad y el sojuzgamiento.
La comunicación, sin duda, es un derecho que asiste a todos los miembros de una sociedad y, con esa calidad, no puede tolerar limitación alguna. Ningún Estado, ningún país o pueblo puede presumir de democrático limita o coarta el derecho a la comunicación, y por eso mismo está obligado a respetar irrestrictamente el derecho a la libre expresión y a la información. Son tres aspectos íntimamente relacionados que se condicionan entre sí. Si no existe libertad de expresión es imposible ejercer libremente el derecho a la comunicación y a la información, de la misma manera que si no tiene acceso a la información no podrá ejercerse el derecho a la libre expresión del pensamiento.
Me parece que éstos son tres aspectos clave por los que se puede medir si se vive una democracia de fachada o si la democracia es real. La existencia de sociedades democráticas, de sistemas democráticos de gobierno y de Estados cuyo sustento sea la democracia real, tiene como condición indispensable estos derechos que no sólo son indispensables para la vida democrática, sino son también mecanismos que contribuyen a profundizarla.
El derecho a la libre expresión del pensamiento, a la comunicación y a la información no pueden ejercerse plenamente en sociedades excluyentes, intolerantes y discriminatorias, más aún si éstas son presa de los tentáculos de regímenes y gobiernos autoritarios, antidemocráticos y dictatoriales, y peor aún si se vive dentro de un Estado construido para salvaguardar y cuidar los intereses de una minoría poderosa.
Si esto es así en países, Estados y naciones donde las diferencias culturales son mínimas o no existen, lo es con mayor razón en aquellos que se caracterizan por su diversidad cultural, por la existencia de pueblos diversos como sucede en los países latinoamericanos.
Cuando existe la discriminación étnico-cultural es realmente difícil que las culturas y las llamadas minorías étnicas discriminadas y marginadas por la cultura dominante, ejerzan los derechos a la libre expresión, a la comunicación y a la información. Los pueblos indígenas del mundo nos enfrentamos constantemente no sólo a la violación a estos tres derechos fundamentales, sino a la violación e irrespeto al conjunto de nuestros derechos políticos, económicos, sociales y culturales.
En los países de América Latina, con la diversidad cultural como punto común pero con el común denominador de la ausencia del derecho a ejercer las diferencias culturales, la libre expresión del pensamiento y del derecho a la comunicación y a la información continúan siendo un sueño cuya realización parece aún lejana. Por ello es que la democracia real y participativa debe aún construirse porque la democracia representativa que predomina en toda Latinoamérica no ha sabido responder a las exigencias sociales.
El derecho a la comunicación, a la libre expresión y a la información, sin embargo, no constituyen un fin en sí mismo, sino deben ser un medio para facilitar la amplia participación ciudadana en la resolución de los problemas comunes, de los grandes problemas nacionales. De ahí que la discusión amplia, abierta y sin limitaciones de los asuntos de trascendencia nacional es una necesidad para que las decisiones sean el producto de la síntesis y reflejen el sentir y las aspiraciones del conjunto de la sociedad.
Si esos derechos no se ejercen, si esos derechos se violan y se irrespetan constantemente se limitan las posibilidades de que la sociedad contribuya y participe activamente en la resolución de nuestros problemas.
Pero para que ello ocurra se necesita también cambiar el patrón de relaciones entre el Estado y la sociedad; se necesita una interlocución adecuada entre la sociedad y quienes manejan la cosa pública y ejercen el poder. De lo contrario, estos derechos cumplen una función limitada.
Lo que quiero decir es que la comunicación, la libre expresión y la información, en tanto derechos, deben ser un medio para que la acción de las sociedades y los Estados contribuya a la construcción de naciones incluyentes y tolerantes en las que las relaciones sociales tengan en la interculturalidad uno de sus pilares fundamentales.
Un interculturalidad que sea el signo de la convivencia armónica, pacífica, de solidaridad y de respeto entre las distintas culturas. una interculturalidad que a su vez se sustente en el reconocimiento e irrestricto respeto a los derechos económicos, políticos, sociales y culturales de los pueblos indígenas. Una interculturalidad que promueva el intercambio y la interacción dinámica entre los pueblos y culturas diversos y contribuya a humanizar las relaciones sociales.
Libertad de expresión, comunicación e información, son vitales para que la realización de los derechos individuales y colectivos tome cuerpo; son indispensables para la construcción y consolidación de la democracia; son necesarias para fomentar relaciones constructivas entre el Estado y la sociedad. Luchar por estos derechos es una tarea de todos, indígenas y no indígenas, sociedades y estados; hacerlos realidad es un reto que debemos asumir.
Muchas gracias
Rigoberta Menchú Tum |