El Libro
     
 

Quienes hayan leído la novela " El nombre de la Rosa" de Umberto Eco se habrán formado la idea de que un convento, un monasterio, una abadía es una entidad autónoma de prodigiosa y múltiple actividad. Allí, las edificaciones son la infraestructura donde el espíritu eleva su vuelo a Dios; donde la inteligencia escudriña la verdad, las realidades y los sueños; donde la carne come y bebe ya en abundancia, ya en ascética privación según los ritmos del año litúrgico, y donde suceden historias maravillosas o terribles. Pues bien, el convento de Santo Domingo de Quito fundado en el año 1560 y gloriosamente restaurado en los dos últimos decenios de este siglo constituye una fragua en cuyos fuegos se han templado algunos de los mejores aceros para el combate del espíritu y la cultura en las tierras de Quito y el Ecuador.

Ya pueden ustedes figurarse que un libro sobre un convento de este calibre puede ser un libro fascinante aunque no fuese solo sino por el tema. Y el tema es la traducción de la divisa de los frailes predicadores de la gloriosa orden de Santo Domingo de Guzmán, cahahorrano de nacimiento, "contemplata aliis tradere". Lo contemplado en la oración y el estudio hay que comunicárselo a los demás. żY qué contemplaban estos frailes?. Contemplaron la construcción de un templo diseñado por los mejores artistas del renacimiento español y construido con mano de obra india; contemplaron la creación de un taller de pintura y escultura dirigido por los propios frailes algunos de ellos maestros eximios en estas artes para que la casa de Dios tuviera desde su hechura un sabor mestizo; contemplaron misionar a los indios de la Serranía y a los indios de la Amazona aprendiendo sus lenguas y sustituyendo sus creencias por la convicción firmísima de que la palabra de Dios salva. Los dominicos eran los mas cercanos a los luteranos en concebir a Dios como un absoluto y a su gracia como un don enteramente gratuito puesto que la salvación no dependía de las obras humanas sino del puro amor benévolo de Dios: de allí la vitalidad y la confianza que exudaban las obras dominicanas. Concibieron que las bibliotecas del convento debían estar bien provistas y con lo último de las ciencias filosóficas y teológicas y de las ciencias naturales. Y concibieron todo esto en democracia, porque la vida conventual era una vida democrática, con elecciones, con bandos, con política interna y con una gran dosis de libertad que varias veces convirtió al convento en escenario de telenovelas humanas, hondas y desgarradoras.

Y toda esta concepción fue trádita aliiis, entregada a los demás. No solo por la predicación sino por la acción. Los frailes de Santo Domingo estaban hechos para grandes hazañas: Valverde con Pizarro mucho antes de la fundación de la ciudad y del convento. Gaspar de Carvajal con Gonzalo Pizarro, ya fundada la ciudad, pero no el convento todavía, y acompañando como fuerza espiritual a Francisco de Orellana en la navegación aguas abajo primera vez hecha por occidentales del gran río de las Amazonas. La dirección espiritual de las élites de la Audiencia de Quito. Los primeros conatos de rebeldía. La participación activista en la vida cultural y religiosa de la Audiencia de Quito. Los tribunales de la inquisición para librar a la gente de la Audiencia de iluminados, conversos y luteranos. La dirección de monjas y del clero, la Universidad de Santo Tomás, el colegio San Fernando, las Misiones de Canelos, los libros y revistas, el amor a la investigación sobre lo nuestro. Y en tiempos mas recientes los nombres gloriosos de José María Vargas, del infatigable y audaz Padre Vacas Galindo, del sabio profesor de Geología y Minas Padre Semanate, del humorista Padre Torres, del apóstol de los obreros y de la liberación femenina fray Inocencio Jácome, entre otros muchos frailes predicadores que destacaron en nuestro medio y enriquecieron la vida ecuatoriana. Y siguen las obras y la acción: la iglesia, sus capillas, la de La Virgen del Rosario que nos acoge, la de la Virgen de pompeya, recuerdo de los dominicos italianos traídos por García Moreno para la reforma de las costumbres y que tantos desafueros cometieron con el gran arte del Templo de Santo Domingo, los claustros compañeros de los varios patios interiores, las celdas, el refectorio maravilloso con sus mártires sangrantes dignos de una novela de realismo mágico, las bibliotecas con sus incunables, los sótanos con las voces y suspiros de corazones idos, los aposentos de los novicios y coristas que se formaban recios, las cerveza espumante, y la predicación incansable del rosario, esa oración incantatoria que permite repetir y repetir mientras la imaginación imagina los quince misterios de la vida, pasión y muerte de Jesucristo. Quítese con la fuerza de la mente este Convento de Santo Domingo con su tradición y sus joyas y sus obras y sus frailes, y su ciencia y su oración y sus pecados y sus sueños y sus hazañas y sus cinco museos y se habrá creado un vacío, un hueco negro insondable en la historia de Quito y del Ecuador.

Ahora bien, algo de todo esto se entrevé en los informes que el Padre Fray Gonzalo Valdivieso Eguiguren eleva a sus autoridades y a los padres conventuales a modo de cuentas rendidas sobre lo que se ha hecho para restaurar el convento, el templo y sus adyacentes.

Mas todo esto, con ser de interés y de misterio y de utilidad y de entrega, quedaría en el libro como narración necesitada de la viveza de la imaginación si este libro no fuese un contraste entre la vida y la muerte. Y este contraste constituye el alma del mensaje y de la docencia de este libro. Labor inteligente lograda cuando se contrasta en excelentes fotografías lo que fue el convento en su época de decadencia y lo que es ahora el convento restaurado, resucitado en gozoso y perfecto domingo de Pascua florida de resurrección.

En los relatos, informes, fotografías y apéndices hay para todos los gustos: para el historiador, para el curioso mundano, para el curioso devoto, para el curioso impertinente, para el restaurador, para el arquitecto, para el diseñador, para el etno historiador siempre en busca de huellas desde las cuales rehacer un pasado fugitivo añorado por la memoria del corazón que ama.

En fin, el libro está didácticamente concebido con una suficiente introducción bien escrita, bien citada y bien sentida, sobre la historia del convento y de la restauración, seguido de dos informes al capítulo provincial de 1997 y de 1999, continuado por la presentación de láminas, integradas en cuerpos separados brevemente explicados por una introducción y por apropiados pies de fotos. Con excelentes fotografías, buen papel y cuidadosa edición. Un libro, en suma, que será de mucha utilidad para los propios frailes, los curadores del patrimonio cultural, los historiadores y artistas, los turistas y sobre todo para la consolidación de la identidad nacional. Ustedes mismos tendrán la oportunidad de visitar en unos momentos el magnífico escenario de este convento y templo, sede de la razón y del esplendor de la verdad, del bien y la belleza.

 

TOMADO DE: Discurso del Doctor Simón Espinosa Cordero en el acto del Lanzamiento del Libro: "Convento Máximo Santo Domingo de Quito", el 8/12/99.